Ya sabéis que desde que tengo que cocinar sin gluten el pan ha sido siempre mi bestia negra. He hecho ya media docena de experimentos, y sólo tres han terminado en el blog: un pan de frutos secos y semillas, una focaccia y unos bollitos con semillas de chía que a mí me parecieron bastante normalitos pero al monstruito le encantaron. El resto de intentos… fracaso total. Normalmente acabo con panes totalmente insípidos o panecillos que se podrían utilizar como balas de cañón. Y las masas son inmanejables: pegajosas, poco elásticas y con tendencia a romperse por los sitios más insospechados. Vamos, que lo de hacer pan me tenía muy frustrada. ¡Hasta ahora!
Casi no puedo creer que diga esto, pero he encontrado por fin una receta fácil de hacer y con la que consigo unos bollitos estupendos. Con su corteza, con su miga esponjosa, con su sabor a pan. Con una masa que no hace que me quiera suicidar a la hora de bolearlos. Con semillas también, para darles vidilla. Perfectos para el desayuno y también para untar en salsas. ¡Ay, qué contenta estoy con estos panes!