Antes de que los británicos se pongan en serio con el Brexit y nos dejen abandonados llevándose con ellos el té, la mermelada de ruibarbo y los coches con el volante a la derecha, yo voy a aprovechar y sacarle partido a todas las cosas maravillosas que han aportado a mi vida como repostera. Las recetas de Jamie Oliver, por ejemplo. Las temporadas pendientes que aún tengo que ver del Great British Bake Off, que es uno de mis concursos televisivos favoritos. Los crumbles (aún no hemos hecho ninguno en el blog, pero todo se andará). ¡Y los scones!
¡Hace dos años que no cuelgo en el blog una receta de scones! No sé por qué los tengo tan abandonados, porque me encantan y son muy fáciles de hacer. De hecho son tan sencillos que esta vez no sólo tuve la inestimable ayuda del monstruito: también la fierecilla, que aún no ha cumplido dos años, nos echó una mano ayudando a poner los ingredientes en el bol, revolviendo y cortando la masa con el cortapastas. Vale, sí, cuando acabamos parecía que había estallado un saco de harina en la cocina, pero ellos se quedan tan contentos y tan satisfechos que compensa.